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«Comparaciones odiosas»

Todos hemos escuchado alguna vez eso de que las comparaciones son odiosas, pero, entonces, ¿por qué tienen lugar?

Muchas veces, además de odiosas las sentimos inevitables.

En ocasiones somos nosotros mismos quienes nos comparamos con los demás, y ello puede resultar bastante frustrante por dos motivos:

  • Nos comparamos con personas que, a nuestro parecer, son “mejores”. Esto es así porque las admiramos y nos gustaría ser como ellas, o porque las envidiamos y buscamos, a toda costa, reafirmarnos en nuestra posición de rivales y ganar la batalla que nosotros mismos hemos creado contra él/ella. En el caso de las personas que admiramos, puede resultarnos útil fijarnos en aquellos atributos que destacan en ellas o atraen a los demás puesto que, por todos es sabido que aprendemos por observación desde que somos unos niños, y es una buena forma que tenemos de ser mejores personas en todos los sentidos. El problema viene cuando perseguimos convertirnos en esa otra persona: queremos ser tan populares como él/ella, queremos viajar tantas veces como él/ella lo hace y visitar multitud de lugares exóticos, queremos tener un cuerpo como el suyo, queremos tener unas amistades tan forjadas como las suyas, queremos ser igual de inteligentes y tener los mismos estudios, nos gustaría haber conseguido un trabajo como el suyo… Es cierto que con esfuerzo, conciencia y dedicación podemos mejorar en muchísimos aspectos de nuestra vida: para poder viajar tenemos que ser más ahorradores, trabajar duro y saber posponer los pequeños placeres a corto plazo; para conseguir un mejor cuerpo tenemos que llevar unos hábitos de vida saludables, referentes a alimentación, ejercicio físico y bienestar mental; para forjar unas buenas relaciones de amistad tenemos que responsabilizarnos más en hacerlo posible, ser más empáticos, aumentar la frecuencia del contacto con nuestros amigos; para tener los mismos estudios tenemos que ser perseverantes y trabajar mucho; y, para muchas otras cosas también es importante tener suerte y/o una determinada genética. Pero todo ello no hará que nos convirtamos en esa persona. Aquí es donde puede aparecer la frustración. No debemos perseguir convertirnos en otra persona, sino ser la mejor versión de nosotros mismos. Así siempre que mejoremos, con pequeños pasos, nos sentiremos orgullosos del resultado. En cambio, si queremos convertirnos en otra persona acabaremos agotados tras numerosos intentos sin éxito y no habremos conseguido mejorar, puesto que bajo nuestra percepción, no habremos conseguido el objetivo.
  • Con respecto a las personas que «envidiamos» ocurre lo mismo que con las personas que consideramos que son «peores» que nosotros, a pesar de que la envidia se genere por el conocimiento de la valía de aquellas. De alguna manera hacemos, a esta persona, nuestra rival porque sabemos que es, potencialmente, un contrincante bastante fuerte. Por ello, intentamos buscar en qué somos mejores y cambiarla de bando.

– También nos comparamos con personas que a nuestro parecer son “peores”. De esta manera, nos reafirmamos en una posición, sea cual sea, que refleja poder sobre el otro. Pero, ¿qué hay detrás de todo esto? Cuando nos pasamos la vida buscando razones que confirmen que somos mejores que los demás, en algún aspecto, lo que conseguimos es confirmarnos a nosotros mismos la inseguridad que tenemos ante tal aspecto o ante los demás. Es cierto que todos tenemos cosas malas y cosas buenas, por lo que no debemos medirnos únicamente por ello: “yo soy más guapa”, “yo he sacado mejor nota”, “yo tengo más dinero y puedo hacer más cosas”, “yo tengo trabajo y tú no”. Todos estos ejemplos denotan un estado “defensivo” que puede sacar a relucir carencias en otros aspectos. Por lo que, aún con una apariencia bastante altiva a ojos de los demás, internamente volvemos a sentirnos frustrados.

También suele ocurrir que sean los demás quienes nos comparan con otras personas o que seamos nosotros quienes comparamos a los demás con otras personas.

En estos casos, del mismo modo que depositan expectativas en nosotros o nosotros en los demás, también tendemos a hacer comparaciones: “ya es hora de que encuentres trabajo, tu hermano con tu edad ya lo tenía”, “¿Un cinco? si tus compañeros han sacado un nueve, ¿qué te ha pasado?”, “este chico me ha caído bien, pero tu exnovio me caía mucho mejor”, “a Marta nunca puedo contarle nada, siempre me interrumpe, en cambio tú siempre me escuchas”…

Entonces, ¿dónde está lo maravilloso de las comparaciones?

 Todo lo explicado anteriormente se refiere la comparación con personas. Pero no hemos hablado de la comparación de comportamientos o situaciones: ¿Cuántas horas dedica ella al día a buscar trabajo y cuántas dedico yo? ¿Qué es lo que hace él, que no hago yo, para conseguir tener un cuerpo más saludable? ¿Cuál es el camino que toma para llegar al mismo destino más rápido? Este tipo de comparaciones pueden llegar a ser muy útiles y abrirnos un sin fin de oportunidades. Y estas comparaciones, al contrario que las anteriores, sí son muy positivas porque nos permiten aprender sin dejar de ser nosotros mismos.

 Las comparaciones nos permiten analizar alternativas y decidir la más adecuada. De hecho es algo que hacemos bastante a menudo: Por ejemplo, cuando vamos al supermercado y cogemos el producto de marca blanca en lugar del que tiene marca comercial porque nos resulta más barato y tiene el mismo sabor. O cuando buscamos un vuelo o un hotel por internet, que comparamos calidad y precio de muchos de ellos para escoger con criterio la mejor opción.

 Es necesario comparar lo que hacen los demás, diferente de lo que hacemos nosotros mismos, para aprender a escoger el camino adecuado. Del mismo modo que es importante compararnos con nosotros mismos con respecto a lo que hacíamos antes y lo que hacemos ahora, para descubrir cuál es el comportamiento más adecuado.

Nuestro consejo: ¡Aprovechad las comparaciones de comportamientos y deshaceros de las comparaciones personales!

 

 

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