LO QUE ME GUSTARÍA DECIRTE

A continuación, os presentamos el relato titulado «Lo que me gustaría decirte», realizado por nuestra psicóloga Irene Arroyo Quirell y galardonado con el primer premio del II Concurso de Relatos Cortos Imagen y Salud. Este concurso fue organizado por los Colegios Oficiales de Psicología de Andalucía Occidental y Oriental, a través de sus Fundaciones FUNCOP y FUNPSI. Ha tenido lugar en apoyo a la propuesta de la Consejería de Salud de la Junta de Andalucía de promover una visión positiva y saludable de la imagen personal y para la prevención de los Trastornos de la Conducta Alimentaria:

Todo parecía ir como un día cualquiera. Sonó su alarma por tercera o cuarta vez y ella, saltó de la cama como una bala, fue corriendo al baño, luego se vistió rápidamente y….¡llegó mi momento! O eso creía yo. Pero, parecía que iba tarde a la universidad, porque, en lugar del paseo de primera hora de la mañana, me abrió la puerta de la terraza para que hiciera mis necesidades.

Yo, por supuesto, prefería dar el paseo. Pero lo cierto es que me olvidaba enseguida. Además, ella no tardaba en volver a casa y, antes de comer, seguro que me sacaba.

En general, todo iba bien en aquella casa. Nos habíamos mudado hacía muy poco y cada dos por tres volvíamos al pueblo a visitar a la familia. Yo era más feliz allí, conocía a todos los perros de la zona, y tenía un jardín enorme para mi solito, pero no soportaría echarla tanto de menos. Menos mal que ella tampoco quería alejarse de mí.  Nos habíamos mudado porque ella, Sandra, estaba empezando su primer año de universidad. Quería ser veterinaria. Yo no sé qué es eso, pero apuesto a que conseguirá todo aquello que se proponga.

La casa era muy pequeñita, un pequeño estudio que ocupaban una chica extremeña de dieciocho años y un shar pei americano. La cocina estaba recogida dentro del salón y éste se comunicaba con nuestra habitación, el mejor lugar de la casa. Y no por la cama, ya que yo podía acomodarme en cualquier parte, sino porque tenía un enorme ojo de buey (como ella le llamaba) delante del cual pasaba las horas muertas mirando la bonita ciudad de Sevilla. Bueno, ahí y en la terraza.

Pero, lo cierto es que en la nueva casa todo empezó a volverse muy raro. Además, ella siempre estaba triste y enferma. Yo la veía vomitar casi a diario. Charlie, la chihuahua de su prima Ángela, me dijo que ella también pasó una época vomitando y empezó a hinchársele mucho la barriga hasta que llegó Alejandra, la humana pequeñita que la trae celosa perdida. ¿Sería eso? Y, bueno… ¿Cómo me sentaría a mí? Aunque pensándolo bien, a lo mejor así volvíamos a casa… Y así, me pasaba los días divagando frente a la gran ventana redonda mientras que Sandra estaba en clase.

A medida que corría el tiempo, yo comenzaba a ponerme nervioso, porque sabía que se acercaba el momento de coger el coche y volver a casa por unos días. Pero esa semana fue un poco especial: en primer lugar, porque ella seguía enferma y triste; además, se despertaba de mal humor, no me sacaba a pasear; y, sobre todo, porque andaba corriendo todo el rato de un lado a otro. ¿Por qué siempre los humanos se lo toman todo a la ligera? Debería descansar si está enferma, pensaba yo para mí.

Y, finalmente, esa semana se me hizo más larga de la cuenta. Aunque, uno de los días se levantó para dar un paseo conmigo. En ese rato, yo fui feliz. Estuvimos horas caminando, fuimos al parque y me compró unas galletitas que sabe que me encantan. Aunque no sé por qué siempre se me hace tan corto el tiempo.

Ya tenía que ser fin de semana. Ella seguía vomitando después de comer. Todo le sentaba mal. No sé si estaba embarazada o no, pero no podía seguir así. No podía estar enferma, porque luego se iba a correr y hacía las cosas de la casa. Siempre fue una chica muy aplicada, ordenada y limpia. Así que debe ser que le sentó mal algo de esta casa o de esta ciudad.

Después del paseo matutino, y tras llevarse horas estudiando, tuvimos visita de sus nuevas compañeras de facultad. No sé por qué será, pero les caí bien a todas y… ¡Eso me encanta! Tenía a cinco chicas acariciándome la barriga durante… ¡no sé! Yo soy un perro, no llevo la cuenta.

Parece que ese día estaba libre, debía ser sábado porque me daba en el hocico que se iba de fiesta con esas chicas y me esperaba una noche tranquila frente al gran ojo de la nueva ciudad.  Yo odio las fiestas. Hay mucha gente y mucho ruido. Pero esta fiesta no fue en casa, sino fuera, porque estuve solo toda la noche. Cómo para serlo, había dejado la casa patas arriba…todo el rato probándose ropa, peinándose, maquillándose, depilándose… ¿Por qué se cambiará de ropa una y otra vez? ¿Y de peinado? Y, al final, siempre se queda con lo primero que se probó. Todo lo demás por medio, con lo tiquismiquis que es cuando derramo un poco al beber agua.

Desde luego, estos humanos no saben disfrutar de una buena vida de perros. Pasan más tiempo intentando aparentar ser diferentes a lo que son, que siendo ellos mismos y aprovechándose de los cariños y arrumacos de aquellos que los quieren tal y como son.

Además, hay más motivos por los que no me gustan las fiestas. Sandra al día siguiente siempre está de mal humor. Normal, empieza la mañana subiéndose al tiesto ese que le pone tan furiosa… ¿Por qué lo hará si nadie la vigila? Yo pensé subirme con ella, para tratar de ayudarla con aquello que quisiera conseguir, pero su reacción me indicó que eso no fue buena idea: “¿Quieres matarme de un disgusto? Ni siendo un Yorkshire querría que te subieras… ¡vete, joder!”, – me dijo.

Yo no entendí nada. Pero me dolió mucho que me mirara con esos ojos. Estaban llenos de odio y, sobre todo, estaban llenos de miedo.

Bueno, lo cierto es que hubo una palabra que sí entendí: Yorkshire. ¿Querrá que adoptemos un hermanito o hermanita? Empecé a divagar de nuevo con vistas a la gran ciudad. Puede que sea eso… ¡un perrito para el bebé humano que viene en camino!, así yo seguiría con ella y el Yorkshire con el bebé. ¡Guay! Creo que así no me pondré celoso.

La siguiente semana continuó bastante peor, porque, a partir de ese momento, no hacía más que estar tirada en la cama o en el sofá. Se olvidaba de sacarme, de ponerme la comida, etc. Incluso ella tampoco comía nada. Hubo días que ni siquiera fue a la universidad.

Debe de estar muy enferma o muy embarazada, como dice Charlie. Aunque tras varios días parece que hoy vamos al pueblo. ¡Estoy muy feliz y nervioso de ver a papá y mamá! Bueno, y a Charlie, Bobbie, Nole, Neka, Willy… ¡No puedo esperar!

Al llegar al pueblo, papá y mamá se han mostrado muy preocupados por su aspecto. Parece que ha perdido mucho peso con eso de estar embarazada, ¿o enferma? No sé bien. No paran de hablar de anorexia, bulimia, gordura, michelines… Esta última palabra me suena. Ella me llama así muchas veces y le encanta. Eso no puede ser algo malo. Aunque la veo realmente preocupada, así que yo también estoy triste. Parece que es por su figura, dice que quiere ser más guapa y delgada.

Estos humanos… ¡Cuánto cuidan su aspecto y qué poco cuidan su buen humor y sus relaciones! ¡Tantas veces que se enfadan, discuten, se critican, no se hacen caso…!

Pero yo estoy contento de ser un perro. Porque sé que yo siempre me alegraré de verla e iré corriendo a saludarla, aunque sólo haya ido a por el pan. Y porque me da igual que esté maquillada o recién levantada, que esté depilada o llena de pelos, que esté en pijama o con ropa de fiesta y, por supuesto, que tenga dos o tres kilos más o menos. Yo a quien quiero es a Sandra, tal y como ella es. ¡Ojalá algún día entendiese que nunca estará tan guapa como cuando juega conmigo! ¡Ni como cuando acaricia a otro perro que acaba de conocer! ¡Nunca será tan bella como cuando es ella misma!

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